Guerra
Un 28 de diciembre, Bruno salió de la escuela pasadas las doce. En el quiosco de la esquina compró un paquete de galletitas de agua de un peso con cincuenta para aplacar la voracidad de hambre de mediodía.
La abrió con exceso de violencia, tanto que rompió el paquete y cuatro o cinco o diez de las galletitas cayeron al suelo. Recogió todas y las depositó en el tacho de basura que estaba apoyado sobre un poste de luz, de madera, junto a la parada del 52. Todas. Casi todas. No pudo recoger la galletita de plástico que venía dentro del paquete como el juguete coleccionable número dos de la promoción de “Mieles del sur”, porque en un descuido, una paloma criminal que había estado posada sobre un cable de luz descendió rapidísimo aquellas alturas y en un acto delictivo y de boludez, se la robó.
Eran nada más que dos. Probablemente habría más, pero yo no las vi.
Dos palomas grises, de humo de cigarrillo, desfilando su torpeza sobre una vereda sobre la Avenida Pedro Goyena, enfrentadas por una galletita, entorpeciendo la cotidianeidad de un paisaje que me aprendí de memoria.
Eran dos palomas aparentemente adultas. Su lenguaje corporal de eterna incomunicación con el mío, me indicó que eran hembras.
Se peleaban por esa galletita, engañosamente. En el momento en que una era la ama, la esclava cumplía con su rol de subordinada dándole la espalda a la victoria y a su enemiga, aceptando su derrota como si no le importara perder. Siempre esperando el momento en que por fin esa galletita cayera al suelo y el instante de gloria palatal de su adversaria llegara a su fin, para brillar.
Es verdad, las palomas son animales muy boludos.
El trofeo: una galletita de agua. Ganar era esperar que la otra perdiera.
La galletita no importaba, solo importaba ser su dueña. Tenerla. Y que la otra muriese de hambre.
Así pasaron varias horas, que devinieron en días, que se hicieron meses, que acabaron en años.
Ambas ganaban y perdían, por momentos. La galletita apática, fosilizada, de agua cada segundo mas podrida era de una hasta que empezaba a ser de la otra. Ninguna logró hacerla suya durante más de dos o tres minutos. Su desbordante boludez les hacía perderla en el momento en que alguna otra basura del suelo les llamaba más la atención. Al perder la galletita recordaban que sin ella no eran nada, entonces volvían a esperar que la otra perdiera para volver a vencer... y volver a brillar.
La paloma más flaca, la de gesto más perverso, la de ojos violeta, varias veces me miro firmemente con sus ojos a mis ojos.
¿Qué miras?
Ninguna de las dos dijo nada. Ella porque no sabe hablar, yo porque tampoco sabe entender.
Nuestro agudo cruce de miradas le hizo perder la galletita nuevamente y fue esa la ultima vez que perdió.
Logró recuperarla, pero en el momento en que volvió a saborear la galletita y la gloria, un hocico húmedo y maloliente, una boca de lobo que paseaba sin lobo a esa misma hora por aquella vereda se comió a la paloma de ojos violeta, que sostenía una galletita de plástico con el pico.
Y en ese mismo lugar quedo la segunda paloma, completamente sola y demasiado lejos de la muerte como para intentar recuperar la galletita.
2 comentarios:
Ninguna de las dos dijo nada. Ella porque no sabe hablar, yo porque tampoco sabe entender.
PREGUNTA: el yo porque tampoco sabe ntender...es un error q c deslizo? o s una nueva estructura revolucionaria d lenguaje...esto interpretese sin ningun vestigio d sorna y o u ironia posta!....porq cuando lo lei me sono a abstraccion o a disonancia q hasta embellecio el cuento....saludos
TU EINYEL...(harto q le atribuyas a otros lo tanto q hizo por ti...= D)
pd: borren la cadorcha brasilera espamica q hay aca arriba por favor
No le hablé porque ella no sabe entender mi lengua.
Cada una tenía sus motivos para no hablarle a la otra.
Eso... eterna incomunicación.
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